viernes, 29 de enero de 2010

El crepúsculo en Almería: La Alcazaba


A la Alcazaba hay que subir a la caída de la tarde, sin prisas, a pie, atravesando la plaza Vieja y las calles coloniales de la ciudad del XIX.

Basta con atravesar su colosal arco de herradura para retroceder en el tiempo y situarse en aquella ciudad de aliento árabe, blanca y luminosa, que durante siglos fue el principal puerto de Al-Ándalus en el Mediterráneo.

En esa hora incierta en que el sol se desdibuja entre las montañas peladas de la sierra de Alhama y las costas de Poniente el viajero hará bien en acercarse hasta la torre de la Vela y contemplar Almería a la caída de la tarde.

A sus pies hallará la ciudad antigua, enmarañada entre callejas estrechas y plazoletas mínimas que descienden hasta ramblas ocupadas hoy por grandes avenidas y paseos que van a dar al puerto. Más allá aguarda el Zapillo, la famosa playa almeriense, una alargada lengua de arena blanca besada por las aguas de un pacífico Mediterráneo.

En la actualidad, Almería es una de las ciudades más pujantes y atrevidas del sur español. Por el poniente y el levante de la provincia han proliferado los invernaderos agrícolas, y junto a ellos, la prosperidad. No es extraño, por tanto, que Almería haya pasado de ser una de las ciudades más deprimidas del país a encabezar el codiciado podio de las más ricas y boyantes.

Almería es una ciudad muy fácil de pasear. Todo queda cerca. De modo que lo mejor es proponerse una jornada de largos paseos y prolongados descansos. En el siglo X, Almería era uno de los puertos más pujantes de Al-Ándalus.

Un cronista de la época aseguraba que la mejor manera de conocer la ciudad era visitando su alcazaba y su medina.


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