Herencia de la cultura morisca, territorio de cruentas disputas.
Este rincón granadino se asoma cada mañana al Mediterráneo, que aparece recostado en una lámina dorada, con sólo salvar las serranías de Lújar y la Contraviesa. De esta forma se alcanzan también sus maravillosos pueblos blancos.
En los días más claros y soleados, desde los altos picos de Sierra Nevada, es fácil divisar las montañas norteafricanas del Rif. El Mediterráneo, que está a un paso, se advierte al fondo, recostado en una lámina dorada.
Desde las máximas alturas peninsulares se desciende por escarpadas y pedregosas laderas hasta alcanzar los pueblos blancos de las Alpujarras. Los poetas árabes del siglo XV lloraron más que Boabdil la pérdida de la última ciudad de Al-Ándalus.
Culminada la conquista cristiana, derrotado el reino nazarí, los árabes fueron recluidos en la comarca alpujarreña, a espaldas de la nueva Granada. Llegaron a esta solana escarpada y rugosa con sus costumbres y su cultura, con su peculiar y exquisito sentido de las artes y la vida.
Acomodaron sus viviendas en imposibles pendientes, sembraron los campos de exóticos árboles frutales y canalizaron las lomas y los cerros con canales y acequias que aún sacian la sed de huertas y paratas.
Las Alpujarras de hoy son la herencia de aquellas que cautivaron a los viajeros románticos del XIX. Lanjarón es su puerta de entrada. En esta villa aristocrática aún manan las cinco fuentes de su balneario. (El Mundo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario