El Palacio del Rey Moro de Ronda encierra dos de los escenarios románticos más bellos de España.
Los Jardines de Forestier y la Mina del Agua devuelven al viajero la estampa de una ciudad inmortalizada por la literatura.
El Puente del Tajo salva las aguas del río Guadalevín. Separa la ciudad moderna de la ciudad antigua. La esencia de la Ronda romántica queda en esta última. Las callejas que bajan hasta el Palacio del Rey Moro son empedradas, serpenteantes y están perfumadas todo el año por los jazmines que escapan de los patios de las casas encaladas que bordan la ciudad vieja.
Los jardines que rodean la Casa del Rey Moro fueron diseñados por el paisajista francés Jean-Claude Nicolas Forestier (1861-1930). Las obras comenzaron el año 1912 por encargo de la duquesa de Parcent, propietaria del palacio. Forestier fue uno de los grandes renovadores del arte de la jardinería a finales del siglo XIX. A él se debe una nueva valoración del jardín andaluz de aliento musulmán.
El jardín conduce a través de unas escalinatas abiertas a un lado del palacio a la entrada de la Mina del Agua, horadada a principios del siglo XIV. Pero la tradición es más antigua y atribuye al rey musulmán Abomelic, gerifalte de una de las taifas en que acabó convertido el califato de Córdoba, la construcción de esta estructura militar secreta en aquellos tiempos en que Ronda era posición estratégica.
La Mina es una ancha escalera en zigzag excavada en la roca y cubierta por un ingenioso sistema de bóvedas encabalgadas. Ciento noventa y cuatro escalones separan su entrada de las orillas del río Guadalevín.
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