Arrinconada en la esquina septentrional de Granada, La Puebla de Don Fadrique es parte de esa amable familia de municipios que conforman la geografía perdida de Andalucía.
Arrinconada en una esquina del mapa, al norte, aprisionada por altas y solitarias serrezuelas, entre los límites de cuatro provincias que por estas latitudes nada tienen en común.
La Puebla de Don Fadrique se dispone en pendiente. Hubo un tiempo que las calles bajas fueron morada de gente acaudalada. La villa la forman casas solariegas, abiertas a suaves patios, con fachadas señoriales como la de los Patiños, en Cinto Bajo.
En una plaza donde parecen derivar todos los caminos y aceras está la iglesia de la Quinta Angustia que es modesta y sigilosa, tímida y ausente. La parroquia entra a la caída de la tarde a escuchar una misa humilde y frasear oraciones que se pierden por las frías galerías del templo y sus altares.
El pueblo lo fundó en el primer tercio del siglo XVI don Fadrique Álvarez de Toledo, el segundo duque de Alba. Antes a la villa la llamaban La Bolteruela y se presume que en sus tierras cercanas creció una fértil huerta alimentada por los caudalosos arroyos que bajan de sierras como la Sagra. De toda aquella herencia vegetal queda un inmenso campo de almendros que se esparce por lomas pacíficas.
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