Dos de las plazas más señoriales, barrocas y burguesas de Córdoba han sido testigos de algunos de los episodios más memorables de la historia de la ciudad.
Alejadas de los barrios viejos, en aquellas zonas urbanas donde la capital comenzó a crecer a partir del siglo XVIII, La Corredera y Las Tendillas son hoy el salón de estar de los cordobeses cuando la primavera se cuela por el Guadalquivir sin previo aviso.
La Corredera es un rectángulo castellano y noble, adusto y serio que en días de fiesta, hace muchos años, servía de coso taurino. Es como una plaza mayor del norte, como un hemiciclo ordenado y pulcro, sentado en torno a 61 arcos de donde nacen tres plantas con ventanas iguales, puertas iguales y balcones iguales. La plaza está desnuda y no hace mucho que colocaron en ella un puñado de farolas muy modernas que no gustaron demasiado al vecindario.
Claudio Marcelo, que es la calle más aristocrática y señorial de Córdoba, une la Plaza de las Tendillas con el Templo Romano. El yacimiento arqueológico está al lado del Ayuntamiento, en una encrucijada de calles, desafiando los años y los siglos, en un afán por mantener vivas y en alto las columnas que hace dos milenios sostuvieron aquel tabernáculo de adoración y divinidad.
A mediodía, en las Tendillas, es norma tomar un chato de vino en la taberna de El Correo. Cuestión de tradiciones.
Claudio Marcelo es una calle hermosa y recta, perfumada cada primavera por el azahar, de edificios nobles, historicistas, modernistas y neo-mudéjares, crecidos al amparo de la vieja aristocracia de principios del siglo XX. Claudio Marcelo desemboca en una plaza ancha y luminosa, muy urbana y cosmopolita. En ella Córdoba se hace una gran ciudad. De su centro nace una escultura dedicada al Gran Capitán. (El Mundo)
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