Al-Andalus creó castas sociales, de tal modo que los cristianos arabizados, conocidos como mozárabes, y los judíos vivieron en la España musulmana como tributarios.
Pero muy poco después cuando las tornas cambiaron, cuando los sometedores pasaron a ser sometidos fueron los musulmanes vencidos, los mudéjares, los que terminaron viviendo como súbditos y tributarios de los nuevos jerarcas cristianos.
Córdoba fue la primera ciudad en exhibir el incipiente estilo mudéjar del sur. Cuando el rey cristiano entró en la ciudad cambió mezquitas por iglesias. Lo que hoy se conoce como iglesias fernandinas no pudieron ocultar los orígenes mudéjares que todas compartieron.
Algo muy parecido ocurre en los pueblos blancos y escondidos de La Axarquía malagueña.
Los pueblos de la Axarquía están concebidos como patrimonios perennes del arte mudéjar. El trazado de sus calles, la irregularidad y asimetría de sus plazas, la personalidad de sus pretéritas viviendas están llamadas a mostrar al viajero el carácter más íntimo del que hicieron gala los últimos mudéjares.
Pero el ejemplo más sobresaliente del arte mudéjar andaluz se esconde en el interior de los Reales Alcázares de Sevilla, uno de los iconos monumentales del sur considerado Patrimonio de la Humanidad.
A la sombra de la Giralda y su Catedral y a un paso del Archivo de Indias que guarda la memoria de la empresa colombina, el viejo palacio de Pedro I el Cruel continúa convocando el asombro de todo el que lo visita.
Todo comenzó cuando Alfonso X el Sabio entró en Sevilla y reestructuró los suntuosos alcázares legados por los perdedores. En ese instante arrancó la cronología de uno de los edificios más fascinantes de la historia de la arquitectura andaluza.
Será el rey Pedro I quien, entre 1364 y 1366, ordene la construcción de un palacio adosado al de su antepasado Alfonso que será reformado, centurias después, por Isabel y Fernando y, posteriormente, por los vástagos de la dinastía de los Austrias. (El Mundo)
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