Ohanes y Canjáyar son dos de los pueblos que resumen el encanto de la Alpujarra de Almería.
Beben de una misma realidad geográfica y quedan próximas a las aguas del río Andarax, cuyo valle establece los límites de la provincia fértil con aquella que enseña el desierto y la sed.
Recostado sobre una escarpada ladera a casi mil metros de altitud sobre el nivel del mar, Ohanes es conocido por sus uvas, su vino y su carácter ecológico. Ohanes, de hecho, da nombre a una variedad de vino que antiguamente tuvo aceptación por su capacidad de resistencia para dedicarlo a la exportación. Su historia está plagada de rebeliones y revueltas en la etapa morisca y en la dominación francesa del XIX, algo que casa con el carácter indomable de la naturaleza que lo rodea.
Ohanes se encuentra al final de una tortuosa carretera, sobre un repecho en el monte que permitió establecer viviendas dispuestas en torno a un trazado árabe. El caserío reposa sobre las terrazas en las que crecen los cultivos de vides.
Desde Canjáyar el desierto queda a un paso. Se podría decir que este pueblo marca la frontera entre la Almería húmeda y la Almería seca. Su arquitectura sigue perteneciendo a los pueblos de la Alpujarra. Las casas son bajas y se sustentan unas encima de otras, recostadas sobre una ladera suave a cuyos lados se alzan árboles frutales que imprimen un tono de verdor en el paisaje seco y azafranado.
Canjáyar tiene una iglesia consagrada a la Santa Cruz. Aquel icono fue hallado por el sacristán en 1611 bajo los suelos del templo, al parecer después de estar escondida durante largas décadas por miedo a ser destruida por los habitantes moriscos. (El Mundo)
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