Córdoba, una de las ciudades más antiguas de Europa, es dueña de mucho más que una Mezquita.
En sus barrios populares se alza un conjunto de iglesias de estilo gótico, erigidas al poco tiempo de que Fernando III entrara en la ciudad con la señal de la cruz.
Entre los años 711 y 1236 Córdoba se erigió en capital del mundo árabe en la Península Ibérica. Pero hubo un tiempo en que la ciudad fue algo más: durante el califato omeya, Córdoba fue una de las ciudades más importantes del mundo. Al filo del año 1000, cuando las capitales europeas eran pequeñas e insignificantes aldeas, Córdoba era capital de un vasto reino que hacía sombra a ciudades como Venecia, Constantinopla o Damasco.
Pero todo cambió un 29 de junio de 1236 cuando, agotados los reinos de taifas, la vieja capital omeya cayó en las manos de Fernando III. Las mezquitas desaparecieron, y los baños, y las alcaicerías, y los zocos, y las almunias. Los nuevos tiempos cristianos trajeron otra estética, nuevos dueños y otro credo. La mezquita mayor permaneció en pie, pero sobre los oratorios que se extendían a su alrededor los nuevos dueños de la ciudad construyeron un conjunto de templos de estilo gótico que en la actualidad se conocen como las iglesias fernandinas.
San Pablo, San Lorenzo, San Pedro, Santiago, La Magdalena o Santa Marina son advocaciones de algunos de los catorce templos más importantes de aquella época histórica. Un rosetón gótico flanqueado por dos gruesos contrafuertes caracteriza la mayor parte de estas iglesias. Sus santos patronos, además, dieron nombre a distintos barrios.
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