Entre Barbate y Caños de Meca se alzan los acantilados más colosales del litoral andaluz.
Sobre ellos ha crecido un bosque mediterráneo preñado de pinos, jaras y enebros. Recorrer estos parajes es retrotraerse a la historia con tan sólo admirar sus torres vigías y su mítico faro de Trafalgar.
Los acantilados están atiborrados de nidos de gaviotas, grajillas y de garcillas bueyeras, la única colonia que aún queda por este litoral sureño.
Los cielos del interior lo sobrevuelan rapaces como el cernícalo, el halcón y la lechuza. Durante su paseo, el caminante escuchará por todos lados el canto del cuco.
Las huellas del astuto zorro serán habituales, así como la posibilidad de toparse con algún camaleón, con algún lagarto oceánico o con toda suerte de coloristas lagartijas.
Pese a la sequedad de la superficie, el subsuelo está horadado por canales subterráneos que vierten sus aguas por caños y manantiales hasta reventar en los acantilados atlánticos.
Sobre ellos ha crecido un bosque mediterráneo preñado de pinos, jaras y enebros. Recorrer estos parajes es retrotraerse a la historia con tan sólo admirar sus torres vigías y su mítico faro de Trafalgar.
Los acantilados están atiborrados de nidos de gaviotas, grajillas y de garcillas bueyeras, la única colonia que aún queda por este litoral sureño.
Los cielos del interior lo sobrevuelan rapaces como el cernícalo, el halcón y la lechuza. Durante su paseo, el caminante escuchará por todos lados el canto del cuco.
Las huellas del astuto zorro serán habituales, así como la posibilidad de toparse con algún camaleón, con algún lagarto oceánico o con toda suerte de coloristas lagartijas.
Pese a la sequedad de la superficie, el subsuelo está horadado por canales subterráneos que vierten sus aguas por caños y manantiales hasta reventar en los acantilados atlánticos.
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