Huelva está encajonada entre la desembocadura de dos grandes ríos.
Antes de dejarse caer hasta el salado océano Atlántico, esta provincia andaluza ha tenido ocasión de paladear las aguas dulces del Guadalquivir y el Guadiana.
El primero baja desde Sevilla y Córdoba y es navegable por esta raya grisácea que entra y sale de Sanlúcar de Barrameda.
El Guadiana, en cambio, es un río menor. Ensancha sus orillas a la altura de Ayamonte y el puente internacional que lo cruza en dirección a Portugal nos hace creer que es más grande de lo que en realidad es.
La Costa de la Luz onubense es una extensión de playas infinitas, arenas doradas y dunas fósiles que separan las aguas oceánicas de un interior que pronto se arruga para hacerse vitivinícola y serrano.
Doñana es su más ilustre puerta de entrada, el único lugar del Mediterráneo español que conserva una excelsa colección de playas vírgenes. Llegar a ellas es una tarea complicada. Y no porque su entrada esté prohibida, sino porque no existen carreteras para llegar hasta aquí.
Antes de dejarse caer hasta el salado océano Atlántico, esta provincia andaluza ha tenido ocasión de paladear las aguas dulces del Guadalquivir y el Guadiana.
El primero baja desde Sevilla y Córdoba y es navegable por esta raya grisácea que entra y sale de Sanlúcar de Barrameda.
El Guadiana, en cambio, es un río menor. Ensancha sus orillas a la altura de Ayamonte y el puente internacional que lo cruza en dirección a Portugal nos hace creer que es más grande de lo que en realidad es.
La Costa de la Luz onubense es una extensión de playas infinitas, arenas doradas y dunas fósiles que separan las aguas oceánicas de un interior que pronto se arruga para hacerse vitivinícola y serrano.
Doñana es su más ilustre puerta de entrada, el único lugar del Mediterráneo español que conserva una excelsa colección de playas vírgenes. Llegar a ellas es una tarea complicada. Y no porque su entrada esté prohibida, sino porque no existen carreteras para llegar hasta aquí.
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