Abril guarda hacia Sevilla un romance perpetuo, un noviazgo de toda una vida.
Es durante estos días cuando la ciudad se antoja a los ojos del viajero más grácil y delicada, más iluminada y feliz. Es en abril cuando se citan sus dos grandes fiestas, la Semana Santa y la Feria.
Es en abril, también, cuando su gente se echa a la calle y dispone su salita de estar en medio de una plaza, a la sombra de una callejuela estrecha, a orillas del río mayor de Andalucía.
Es en abril, cómo no, cuando la capital del sur abre de par en par sus más ilustres monumentos para mostrar al viajero lo mucho y bueno que tienen.
Estos días de principios de primavera nos invitan a redescubrir la ciudad. Por muchas veces que hayamos visitado sus monumentos más insignes e imperecederos, cada nueva visita nos parece la primera.
De modo que no hay desgaste en comenzar en la plaza donde abren sus puertas la Catedral y la Giralda, los Reales Alcázares y la Lonja de Mercaderes, uno de los triángulos monumentales -declarado Patrimonio de la Humanidad- más deslumbrantes del mundo. (El Mundo)
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