Esta ciudad totalizadora que jamás pecó de modesta muestra su cara más atractiva durante estos meses, cuando su plaza de España, su parque de María Luisa, sus glorietas, sus fuentes, sus bares... invitan al viajero a recorrerlos no sólo una sino mil veces.
La reciente restauración del palacio de San Telmo, sede de la presidencia de la administración andaluza, ha recuperado para la memoria de los sevillanos la fecha de 1893, año en el que la infanta María Luisa Fernanda de Borbón, duquesa de Montpensier, donó a la ciudad los jardines privados del edificio, cumbre del barroco civil hispalense. Aquellos jardines formaron el parque público más extenso de Andalucía.
La Exposición Iberoamericana de 1929 convirtió estos diáfanos espacios en germen de la mejor arquitectura regionalista que en aquellos años se realizó en España.
La plaza de España fue el emblema de la exposición y hoy aún constituye uno de los lugares más simbólicos de la capital hispalense. Doscientos metros de diámetro, una superficie total de más de cincuenta mil metros cuadrados y un canal de quinientos quince metros atravesado por cuatro puentes que representan los antiguos reinos españoles.
Durante la exposición fueron pabellones nacionales, pero concluida aquella se convirtieron en sedes museísticas. El Museo de Artes y Costumbres Populares fue ubicado en el edificio mudéjar, el Arqueológico en el de estilo renacentista y el Pabellón Real, de corte gótico, es hoy lugar de oficinas.
¿Cómo monumentos de tan distinto aliento pueden coexistir con tanta armonía? Lo mejor es comprobarlo por uno mismo. El parque de María Luisa es un lugar fascinante en cualquier época. Pero en primavera, cuando las flores estallan, visitarlo es un regalo para los sentidos. Eso sí: Sin prisas. Como las palomas que lo habitan, como las tardes que parecen no querer irse. (El Mundo)
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