En sus libros de historia, Estepa nos recuerda que fue romana, visigoda y árabe antes de que en 1241 Fernando III entrara por sus puertas.
Entregada a la orden de Santiago, siglos después siguió jugando ese papel de lugar estratégico en mitad de todos los lugares. Por entonces la ciudad amurallada protegía de peligros y escaramuzas, pero a partir del siglo XV, cuando ya no había enemigo que batir, la ciudad creció extramuros, entre las faldas del cerro de San Cristóbal, que es todo cuanto el viajero encuentra cuando se aproxima hasta ella por la autovía A-92.
Estepa es una de las ciudades medias de la provincia de Sevilla. Tiene algo de fronteriza, porque no queda lejos de Córdoba y Málaga, de los grandes caminos que cicatrizaron a lo largo de la historia la piel geográfica de Andalucía. Estepa, además, es una ciudad vinculada con la gastronomía.
En otoño las fábricas que se hallan los polígonos industriales próximos a la autovía exhalan olor a canela y especias dulces con las que se elaboran mantecados y polvorones que son famosos en toda España.
Y pocos meses después, ya por diciembre, las almazaras comienzan a molturar la aceituna dejando en el aire un aroma a aceite de oliva recién elaborado. (El Mundo)
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