Lanjarón es un municipio con fama internacional gracias a sus aguas minero medicinales.
Su balneario, situado a la entrada del pueblo, es uno de los más famosos del país y hasta él acuden a diario a beber y tomar aguas cientos de visitantes. Además, Lanjarón es famosa por su tradicional elaboración de miel de mil flores, por su arraigada artesanía y por un puñado de casonas decimonónicas y de monumentos situados a un lado y a otro de su calle principal.
A partir de ahora, Lanjarón tendrá un motivo más para figurar entre los más deseados destinos del viajero.
El Museo del Agua, ubicado en las antiguas naves del matadero municipal, abre sus puertas a una diáfana plaza sembrada de naranjos. Una acequia hace llegar el agua a un estanque abierto a la plaza que inunda los troncos circulares de eucaliptos dispuestos al lado de anchas láminas de hormigón.
La sombra y el olor del azahar, el sonido del agua cayendo sobre los troncos de madera y los reflejos a diferentes horas del día despiertan un mundo de sensaciones que se hace más acusado al entrar en el pabellón que se erige a un lado del centro.
El pabellón de madera es un espacio representativo de todo cuanto encierra el museo. Una colosal construcción de nueve metros dedicada única y exclusivamente a hacernos sentir la importancia del agua. Juan Domingo Santos se inspiró en la estructura de madera que en el siglo XVIII cubrió el manantial de la Capuchina, el primer nacimiento de aguas en Lanjarón.
Suspendido en el aire y con dos aperturas que permiten al visitante acceder a su interior, el pabellón nos hace participar de los efectos de la luz, de la sombra y las penumbras, dependiendo del momento del día que elijamos para entrar en él. Una lámina de agua a los pies subraya las sensaciones líquidas del espacio. (El Mundo)
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