La carretera que une Algeciras y Tarifa deja a un lado un conjunto de montañas peladas.
Además molinos de viento que giran sus aspas sin cesar y una sucesión de curvas que acaban cuando el caminante alcanza la ciudad más meridional de Europa.
La carretera está salpicada de miradores. Uno de ellos conduce hasta una bola terráquea, desde donde se advierte una vista impagable del Estrecho de Gibraltar.
Los catorce kilómetros que separan África de Europa son desde estas alturas una quieta ámina azul surcada por los barcos mercantes.
En esta autopista de aguas saladas se citan delfines, cachalotes, orcas y ballenas.
Además molinos de viento que giran sus aspas sin cesar y una sucesión de curvas que acaban cuando el caminante alcanza la ciudad más meridional de Europa.
La carretera está salpicada de miradores. Uno de ellos conduce hasta una bola terráquea, desde donde se advierte una vista impagable del Estrecho de Gibraltar.
Los catorce kilómetros que separan África de Europa son desde estas alturas una quieta ámina azul surcada por los barcos mercantes.
En esta autopista de aguas saladas se citan delfines, cachalotes, orcas y ballenas.
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