Entre San Lorenzo y Santa Marina de las Aguas Claras, entre dos de los más bellos y valiosos templos góticos de la ciudad, se halla el Palacio de Viana.
Prototipo de la gran casa señorial andaluza que abre sus puertas para mostrar a sus visitantes los secretos que esconden sus doce patios y su bello jardín.
Viana fue construido en el siglo XIV, fue objeto de ampliaciones y se convirtió con el paso del tiempo en el prototipo del palacio barroco y señorial de Córdoba.
Hasta 1980 perteneció al marquesado de Villaseca. A partir de esa fecha, la fundación Cajasur gestiona un inmueble que por fuera apenas habla de las riquezas que atesora dentro.
En torno a sus patios se extienden decenas de estancias señoriales, aposentos distinguidos y salones aristocráticos decorados con muebles de variados estilos clásicos, lienzos de reputados maestros y objetos decorativos de gran valor.
La fachada principal mira a la plaza de Don Gome. La portada está blasonada y en la parte alta dos guerreros en piedra flanquean el balcón principal.
Al cruzar el umbral, el caminante entra en un reino de silencio y sosiego donde el agua murmulla entre las fuentes y la naturaleza guarda un equilibrio entre la obra bien hecha por el hombre. (El Mundo)
Prototipo de la gran casa señorial andaluza que abre sus puertas para mostrar a sus visitantes los secretos que esconden sus doce patios y su bello jardín.
Viana fue construido en el siglo XIV, fue objeto de ampliaciones y se convirtió con el paso del tiempo en el prototipo del palacio barroco y señorial de Córdoba.
Hasta 1980 perteneció al marquesado de Villaseca. A partir de esa fecha, la fundación Cajasur gestiona un inmueble que por fuera apenas habla de las riquezas que atesora dentro.
En torno a sus patios se extienden decenas de estancias señoriales, aposentos distinguidos y salones aristocráticos decorados con muebles de variados estilos clásicos, lienzos de reputados maestros y objetos decorativos de gran valor.
La fachada principal mira a la plaza de Don Gome. La portada está blasonada y en la parte alta dos guerreros en piedra flanquean el balcón principal.
Al cruzar el umbral, el caminante entra en un reino de silencio y sosiego donde el agua murmulla entre las fuentes y la naturaleza guarda un equilibrio entre la obra bien hecha por el hombre. (El Mundo)
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