Este pueblo, uno de los pueblos más encantadores de Andalucía, se alza tierra adentro, en torno a un cerro cónico, hermano de aquellos que forman la Sierra de la Cabrera.
Sus casas blancas se escalonan una encima de la otra hasta formar un juego de geometría más propio de las enigmáticas pinturas de Escher que de los vecinos del Levante de Almería.
A lo largo y ancho de la costa andaluza, desde el litoral atlántico hasta el litoral mediterráneo, muchos pueblos buscaron la protección del interior ante las amenazas procedentes del mar.
Mojácar es uno de ellos. Sus primeros habitantes decidieron construir su poblado entre las pendientes de un altivo cerro, a unos kilómetros de donde rompen las olas del Mediterráneo.
Allí encontraron la seguridad que no hubieran hallado de establecer su población a orillas de la costa, frente a un turbulento mar violentado durante siglos por las amenazas piratas.
Los viajeros románticos, tan propensos a la adjetivación, dijeron de Mojácar que era un copo de nieve perdido en una árida montaña.
El cerro de Mojácar es alto y cónico y en torno a él crecieron las casas de estructura cúbica, encaladas cada primavera, dejando entre ellas la anchura mínima para trazar las calles de serpenteante rumbo que derivan en pequeña plazoletas.
Calles íntimas, luminosas, entre escaleras, descansillos y ermitas de aliento barroco. Desde el mirador de la Plaza Nueva se advierte una vista impagable del Valle de las Pirámides. (El Mundo)
Sus casas blancas se escalonan una encima de la otra hasta formar un juego de geometría más propio de las enigmáticas pinturas de Escher que de los vecinos del Levante de Almería.
A lo largo y ancho de la costa andaluza, desde el litoral atlántico hasta el litoral mediterráneo, muchos pueblos buscaron la protección del interior ante las amenazas procedentes del mar.
Mojácar es uno de ellos. Sus primeros habitantes decidieron construir su poblado entre las pendientes de un altivo cerro, a unos kilómetros de donde rompen las olas del Mediterráneo.
Allí encontraron la seguridad que no hubieran hallado de establecer su población a orillas de la costa, frente a un turbulento mar violentado durante siglos por las amenazas piratas.
Los viajeros románticos, tan propensos a la adjetivación, dijeron de Mojácar que era un copo de nieve perdido en una árida montaña.
El cerro de Mojácar es alto y cónico y en torno a él crecieron las casas de estructura cúbica, encaladas cada primavera, dejando entre ellas la anchura mínima para trazar las calles de serpenteante rumbo que derivan en pequeña plazoletas.
Calles íntimas, luminosas, entre escaleras, descansillos y ermitas de aliento barroco. Desde el mirador de la Plaza Nueva se advierte una vista impagable del Valle de las Pirámides. (El Mundo)
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